La Ley de Murphy, formulada mediante el corolario “si algo puede salir mal, saldrá mal”, la de la tostada que siempre cae por el lado de la mermelada, se cumplió matemáticamente el pasado domingo 14 de junio, cuando más de medio millar de pasajeros se quedaron colgados en los vagones del AVE Sevilla-Madrid a causa de un fallo que Renfe no ha precisado pero que produjo una caída del sistema eléctrico.
La casualidad quiso que ocurriera en plena ola de calor, a la hora de más intensidad de temperatura (el mediodía) y que el tren fuera abarrotado al tratarse de un fin de semana. Sin electricidad, quedó fuera de uso el aire acondicionado y el personal de a bordo tuvo que abrir las puertas y repartir bebidas para aliviar el bochorno que sufrían los clientes. Incluso fue necesario avisar a una ambulancia, pues había un bebé recién nacido y se consideró mejor prevenir. El equipo sanitario llegó en menos de cinco minutos, ya que la avería del ferrocarril se produjo apenas a 20 kilómetros de la estación de Córdoba.
Seiscientos pasajeros fueron los damnificados. El número tan anormalmente elevado se debió a que era un tren especial de refuerzo que suele disponerse en días de más afluencia.