El 15 de julio de 2005 el Consejo de Ministros dio luz verde a la aprobación del PEIT, Plan Estratégico de Infraestructuras y Transporte, un ambicioso proyecto con el que se esperaba mejorar las redes viarias de comunicaciones españolas.
Pero el PEIT nacía con vocación terrestre y gusto por las catenarias. El 50% de los recursos que se presupuestaban se destinaba al ferrocarril, un medio de transporte que tuvo sus momento álgidos con el AVE a Sevilla y el AVE a Barcelona pero que después quedó algo postergado por el boom vivido por la aviación comercial desde la aparición de las líneas aéreas de bajo coste, cuya implantación en España fue exitosa. Frente a esta tendencia, el tren ha vuelto a postularse como un vehículo más barato y seguro, menos incómodo para el cliente y mucho menos contaminante.
El Gobierno pretende, además, que el ferrocarril en general y la Alta Velocidad en particular, sirvan para vertebrar el territorio nacional y se alcance mayor cohesión social, algo que no puede conseguir el transporte aéreo.
Una fecha se atisba en el horizonte como hipotética línea de meta con la finalización del Plan PEIT: 2020. Para este año se aspira, según palabras del propio Presidente, a que España disponga de una red de más de 10.000 kilómetros de vías férreas de Alta Velocidad, lo que la pondría a la cabeza de Europa.