Según un estudio realizado hace unos meses por la Fundación de Ferrocarriles Españoles, los trenes de Alta Velocidad contaminan un 29 % menos de lo que lo hacen los trenes convencionales de Renfe.
La menor incidencia negativa que tienen los AVE en el medio se deriva de dos vías diferentes: por un lado, la reducción de las emisiones de CO2 y, por otro, el consumo de menor cantidad de energía para su funcionamiento (refiriéndonos siempre a condiciones normales de operación y por pasajero transportado).
En cuanto al menor consumo de energía, se debe al consumo más reducido de servicios auxiliares del tipo aire acondicionado o iluminación, así como a el menor número de paradas o de curvas a lo largo del trayecto, entre otras características intrínsecas al sistema de Alta Velocidad.
Al ser trenes eléctricos, los trenes rápidos de Renfe evitan la emisión a la atmósfera de 3 kg de dióxido de carbono por pasajero, con respecto a otros aparatos convencionales.
Sin duda, una de las grandes ventajas proporcionada por los trenes veloces en relación a la contaminación se refiere al hecho de que consigue atraer a gran parte de los pasajeros que, de no existir este medio de transporte, se desplazarían en coche privado o avión, lo cual sería más perjudicial para el medio ambiente.