Han transcurrido ya diecisiete años desde que el primer AVE circulara por suelo español y hemos pensado que una generación que ahora disfruta de este servicio probablemente no sabe cómo empezó. Por eso hoy vamos a echarle un ojo al pasado.
Hay que remontarse a 1986, cuando el ejemplo del TGV francés demostró su eficacia y las enormes posibilidades de la Alta Velocidad para el transporte en general y ferroviario en particular. El gobierno español tomó nota y decidió seguir el ejemplo de su vecino. El hecho de que Sevilla fuera designada sede de la Exposición Universal de 1992, aprovechando además la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, determinó que la capital andaluza resultara elegida también para ser el primer enlace del sistema con Madrid, contando la riada de visitantes que se produciría. Decisión que desató la inevitable polémica, evidentemente, aunque se dejó claro que luego se incrementarían las rutas, extendiéndolas a las ciudades más importantes del país.
A principios de 1988 RENFE sacó a concurso la fabricación de las veinticuatro unidades iniciales previstas, que deberían ajustarse al ancho de vía internacional. La adjudicataria final fue la empresa francesa Gec-Alstrom, que comenzó los trabajos de montaje en su factoría de Belfort, en tierra gala. La primera entrega, compuesta por trenes de la Serie 100, llegó en el invierno de 1991, realizándose inmediatamente las pruebas de velocidad. Los resultados dejaron satisfechos a todos, pues se alcanzaron los 335 kilómetros por hora.
Así, en abril de 1992 se inauguró el AVE a Sevilla desde Madrid. La explotación comercial de la línea supuso un éxito pese a algunas quejas, como las del precio de los billetes o las ocasionales caídas de tensión en el suministro eléctrico. En el primer mes se registraron cien mil usuarios y antes de acabar el año ya se había llegado al medio millón. Se había dado el primer paso.