Hace meses que se terminó una de las infraestructuras clave para la futura conexión de Alta Velocidad entre Madrid y la mitad norte del país. Hablamos del túnel de Guadarrama, que tiene la misión de dar salida al AVE que une la capital primero con Segovia y después con Valladolid, dejando las distancias a ambas ciudades en 22 y 50 minutos respectivamente, para luego continuar en distintas ramas hacia País Vasco, Cantabria y Asturias.
El túnel consta de dos tubos subterráneos que, con 28 kilómetros, lo convierten en el 5º más largo del mundo, por detrás de San Gotardo (Suiza), Brennero (Italia-Austria), Seikan (Japón) y el Eurotúnel bajo el Canal de la Mancha (Francia-Reino Unido). Fue diseñado bajo el Plan de Infraestructuras 2000-07 y costó 1.219 millones de euros, aportados por los Fondos de Cohesión de la Unión Europea. Tres años de trabajo llevaron unas obras en las que 4.000 trabajadores excavaron una media de 16 metros diarios, lo que supuso un total de 4 millones de metros cúbicos de tierra removida.
A pesar de algunas pequeñas deficiencias iniciales (filtraciones de agua, formación de nubes de polvo al paso de los trenes…), habituales en este tipo de obras y ya solventadas, el resultado es un complejo faraónico de alta tecnología, en el que los dos tubos están conectados por galerías de emergencia cada 250 metros y hay una sala de acogida especial de 500 metros de longitud, también para emergencias, con capacidad para 1.200 personas a la que se puede acceder desde las anteriores. Además, toda la línea bajo tierra está vigilada desde un centro de control que supervisa cada aspecto de ella: comunicaciones, señalización, iluminación, ventilación, posibles incendios, etc.
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