Azores, ballenas y delfines
Las Azores son un conjunto de nueve islas de origen volcánico que se encuentran en pleno Atlántico Norte. El archipiélago es un verdadero paraíso natural y, con los años, se ha convertido en el destino europeo número uno para la observación de ballenas y delfines y el lugar favorito para el turismo de aventura, como reflejan los premios World Travel Awards.
Entre las islas del grupo oriental, la isla Santa María, conocida como la Isla Amarilla o la Isla Sol, es la isla del archipiélago con el clima más cálido y seco, por eso es famosa por sus playas. Además, fue la primera en descubrirse y poblarse. En su Baía de Maia el paisaje está protegido por su gran singularidad. Se compone de viñedos dispuestos en terrazas sobre piedra volcánica basáltica y barreiros, espacios desérticos de arcilla roja.
Cerca de Santa María está São Miguel, que es conocida como La isla verde. También se encuentra sobre terreno volcánico, pero absolutamente todo está recubierto de vegetación. La caldera de uno de sus volcanes ahora es una enorme laguna, por eso este es un lugar ideal para los amantes de actividades como kayak, barranquismo o buceo. Sus rutas de senderismo tienen unas vistas espectaculares de sus verdes praderas y colinas coronadas por pueblos encantadores.
En el grupo central de islas, en Terceira lo más relevante es la arquitectura. Llaman mucho la atención sus palacios, iglesias renacentistas, jardines y conventos. Su capital, que también lo es de las Azores, Angra do Heroísmo, fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1983. No solo tiene edificios memorables, es que sus calles están llenas de color. El arte callejero de esta ciudad es único en el mundo y se puede encontrar a cada paso.
De Isla São Jorge, atravesada por una cordillera que en lo alto tiene una planicie, hay paisajes propios de un cuento, como sus molinos de viento tradicionales. Merece la pena descubrir todos los que hay en la isla y también, por supuesto, probar el queso local, su producto más conocido.
Isla Pico lleva el nombre de su volcán, que es el punto más alto de todo el territorio portugués. Su presencia es imponente y, a la vez, permite largas caminatas de montaña en las que en todo momento se goza de vistas espectaculares. A su lado, Isla Faial, tiene también la caldera de un volcán inactivo recubierta de lagos y vegetación. Las paredes de sus acantilados son casi verticales.
Isla Graciosa está en mitad del Atlántico, pero su aspecto es el típico de las costas mediterráneas con pueblos de casitas blancas. Es uno de los lugares más tranquilos y apacibles de las Azores. Una isla pequeña con playas paradisiacas para tumbarse y olvidarse absolutamente de todo o disfrutar del submarinismo en entornos vírgenes. No por casualidad, desde 2007 es Reserva de Biosfera.
En el grupo Occidental de islas, los visitantes se suelen quedar sin palabras cuando están ante las cascadas naturales de Isla Flores sobre una vegetación con todas las tonalidades imaginables de verdes y rojos. Al norte, está la isla más pequeña de las Azores, Corvo, que solo tiene 17 kilómetros cuadrados, 6 de largo y 4 de ancho. En ella solo viven 430 personas, que hace años estaban completamente aisladas y ahora durante el invierno subsisten sin conexiones marítimas regulares. En su única población, Vila do Porto, merece la pena tomarse una francesinha en un ambiente cercano, agradable y distendido.
Referencia mundial para bucear
Los encantos del archipiélago Madeira residen en un continuo contraste entre mar y montaña. La isla cuenta con el mayor bosque de laurisilva del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad. Son 15.000 hectáreas de un hábitat natural con una diversidad de plantas impresionante y lo bueno es que la inmensa mayoría de los recorridos que se pueden hacer para ver sus cascadas son accesibles para toda la familia. Aunque la zona también es codiciada por los aficionados al surf, que tienen en Jardim do Mar y Paul do Mar en la costa suroeste dos espacios con unas condiciones excelentes.
Los fondos marinos, especialmente, los de la Reserva Natural de Garagaju son perfectos para el buceo. En Funchal, cuando llega la primavera, como el clima es subtropical, la floración es todo un espectáculo. De hecho, se celebra la Fiesta de la Flor.
Las playas son de todo tipo. Las hay de arena dorada o de arena oscura, con cantos rodados o entre rocas, pero lo que todas tienen en común son unos paisajes deslumbrantes con numerosas zonas de baño y buenos equipamientos. Por ejemplo, en la isla de Porto Santo, hay un arenal de 9 kilómetros de largo que le da el sobrenombre de Isla Dorada. Sus colores no tienen nada que envidiar a los destinos caribeños y se llega perfectamente en barco, está solo a dos horas, o a quince minutos si se va en avión desde Madeira.
La gastronomía en Madeira goza de una materia prima excelente. En pleno Atlántico, la calidad del pescado es un delirio. Las recetas tradicionales obligan a probar los filetes de pez espada negro o el atún acompañados de maíz frito crujiente. Además, hay marisco en abundancia y no solo pulpo, también lapas y bígaros acaban en la olla. El lugar idóneo para probarlos es el colorido Mercado dos Lavradores. Cabe destacar la calidad de la ganadería local. Es famosa la receta de carne de vaca con laurel. Los visitantes también destacan la calidad de los cuscús de elaboración casera. Para beber, el vino de Madeira es otro generoso que poco tiene que envidiarle al Oporto, pero también hay vinos blancos y semisecos elaborados con verdelho o sercial.
Oporto: la ciudad que detuvo el tiempo
A orillas de rio Duero, Oporto es la segunda ciudad más poblada de Portugal y uno de los destinos turísticos más antiguos de Europa. En esta región se originó el nombre de todo el país. Antiguamente, en la desembocadura del Duero había una pequeña aldea celta llamada Cale que los romanos renombraron como Portus Cale, de donde derivó el topónimo Portugal.
El casco antiguo de Portugal tiene todo el espíritu de las viejas ciudades europeas. Aunque con el tiempo se ha ido modernizando, nunca ha perdido su encanto y por eso sigue siendo tan especial, sobre todo si a esa atmósfera añadimos que la gente del lugar es siempre amable y generosa.
La mejor manera de conocer esta ciudad es empezar por la estación de São Bento para la que parece como que no pasa el tiempo. Su vestíbulo está lleno de azulejos preciosos, la marca de identidad de todo el país. A pocos pasos está la catedral, desde donde hay una vista privilegiada del río, en cuyos alrededores hay todo un laberinto de calles medievales en las que merece la pena fijarse en cada detalle, ya sean los remates de las fachadas, sus azulejos o los balcones. Son especialmente reseñables la Facultad de Arquitectura, diseñada por Alvaro Siza Vieira o la Casa de la Música. Hay, además, una ruta del románico con 58 monumentos para visitar.
Si cruzamos el río por el Puente de Don Luis I, uno de los iconos más emblemáticos de la ciudad, llegaremos a las míticas bodegas de Oporto. Nadie se puede ir de esta ciudad sin pasar por una cata. Por norma general, las bodegas también suelen tener servicio para hacer visitas guiadas a las instalaciones para entender todo el proceso de elaboración de este vino tan especial, un plan que sobre todo será interesantes para los más pequeños de la familia.
El Valle del Duero se puede recorrer en carretera, en tren o por el agua, en cruceros. El itinerario merece la pena para detenerse en la belleza de la aldeas y poder apreciar la calidad de las viñas que dan fama a la ciudad. Más al noroeste está el Parque Nacional da Peneda-Gerês, y el geoparque de Arouca, donde hay que fotografiar las pedras parideiras de Castanherira, un fenómeno geológico que causa agujeros en las rocas, o los trilobites gigantes de Canelas y los icnofósiles del Vale do Paiva.
Lisboa: dulce como el pastel de Belém
La capital de Portugal es un destino turístico en alza. Cada vez es más apreciado por los viajeros porque, sin duda, aunque se trate de una urbe moderna, todavía conserva múltiples detalles del pasado. Un paseo por sus calles está lleno de sorpresas, en cada rincón puede haber algo impensable. Merece realmente la pena caminar tranquilamente, al ritmo de la ciudad, con pausa y sin prisa, como es su gente, simpática y tranquila. Eso sí, hay que tener en cuenta que hay no pocas cuestas. A veces, por comodidad, habrá que recurrir al mítico tranvía número 28.
El Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belém son Patrimonio de la Humanidad, ambos de estilo gótico manuelino son visita obligada. El punto más alto de la ciudad es el castillo de São Jorge. Desde allí se puede divisar con una excelente perspectiva la desembocadura del Tajo. Precisamente, si algo destaca en esta ciudad son sus miradores. En lo alto, hay que ir uno por uno al Mirador del Graça, el Mirador da Senhora do Monte, el de Santa Lucía, el de Santa Catalina o el de São Pedro de Alcântara. Muchos de ellos tienen terrazas para relajarse y tomar algo.
Es muy pintoresco el Museo de los coches de Lisboa, pero seguro que en el resto del mundo no hay un Museo del Azulejo. Es el museo más típicamente portugués imaginable, ya que el azulejo es el símbolo del país, se puede encontrar de norte a sur embelleciendo todos los pueblos y localidades. El otro gran símbolo de Portugal sería el fado, un género musical conmovedor y emocionante. Muchos clubes ofrecen recitales y son una experiencia sonora tan impactante como el flamenco español o el laïko griego.
Como en toda Portugal, la gastronomía pasa por el pescado y los guisos, pero concretamente en esta ciudad las pastelerías son palabras mayores. El más famoso es el pastel de Belém, pero en los escaparates se pueden ver auténticas maravillas que hacen la boca agua.
Después de toda esta experiencia urbana, si te entran ganas de playa, solo tienes que cruzar a Cascais y Estoril. En esta parte de la costa abundan las playas típicas portuguesas de arenas doradas y olas salvajes y estarás solo a media hora de la capital. Por supuesto, en Ericeira, un pequeño pueblo de pescadores que está al lado, también se puede hacer surf. Es, de hecho, uno de los mejores destinos del mundo para hacerlo.
Descubre el corazón de Portugal
En el interior de Portugal cuesta trabajo encontrar algo que no sea Patrimonio de la Humanidad. Entre montañas espectaculares, sierras y aldeas entrañables, destacan el Santuario de Fátima, al que acuden peregrinos de todo el mundo, el Monasterio de Alcobaça y Batalha, el Convento de Cristo en Tomar y la Universidad de Coímbra, que es la universidad más antigua de Portugal y, por extensión, de las más viejas de Europa, data del siglo XII. De hecho, a Coímbra se la conoce como La ciudad de los estudiantes.
Las aldeas de esta región reflejan el paso de los años y de los siglos como nada. Están todas hechas con materiales como el granito o el esquisto, un tipo de piedra. Algunas se remontan a 900 años atrás. Son testigos de la historia, que aquí fue intensa, como demuestran los castillos medievales ubicados en posiciones estratégicas a lo largo de la frontera.
Lo más recomendable para encontrar todas estas joyas es seguir los senderos de montaña y rutas a través de naturaleza prácticamente intacta, caminos que también merece la pena recorrer en bicicleta. La montaña más alta del Portugal continental es Serra da Estrela y es un destino acogedor tanto en invierno como en verano.
La Portugal central también tiene una franja de costa con numerosos pueblos pesqueros que conservan tradiciones y rasgos culturales de muchos siglos atrás. En los alrededores de la playa de Nazaré, por ejemplo, las pescadoras todavía llevan su vestido clásico de siete faldas. Aunque entre tanta tradición si hay un contraste es el de los surferos, que es imposible no encontrárselos por las playas de Peniche, de olas gigantescas.
En cuanto a la gastronomía, es aquí donde se da la conjunción maravillosa de lo mejor del mar y lo mejor de la montaña. De la costa llegan los mariscos, el bacalao, que no falta en ninguna parte del país, y las calderetas, y en el interior tenemos guisos y cochinillos asados al horno, ternera y cabrito en las zonas de la sierra.
Del Alentejo al cielo
Esta región está definida por el color de los pastos y sus llanuras que acaban en la costa en playas salvajes. Es la zona que más se parece al Mediterráneo, las casas de los pueblos son blancas, con patios y jardines hacia el interior por la influencia árabe, y con el olivo como árbol predominante.
Localidades como Évora, de origen romano y calles estrechas, o Elvas, la mayor fortificación abaluartada del mundo, o Santarém, son encantadoras. Todas ellas se caracterizan por sus miradores desde los que se divisa el Tajo o, en el caso del Castillo de Elvas, que fue construido en los siglos XII-XIV, toda la localidad.
La región de Lleziria es conocida por su rica agricultura y por la tauromaquia al estilo portugués. Cerca, el Gran Lago es una opción ideal para pasar unos días de vacaciones tranquilos o haciendo deportes como ski, wakeboard o kayak. Es uno de los mayores lagos artificiales de Europa, se creó en las obras del embalse de Alqueva, el más grande de Europa Occidental.
En este entorno encontraremos una de las distinciones más originales de todo el país. Lo que destaca es su cielo estrellado, que se puede ver por la noche como si fuera un plantario. Por eso, es un área protegida y está reconocida como reserva ""Dark Sky"", lo que implica que los municipios de alrededor se hayan puesto de acuerdo para bajar cada noche el nivel de intensidad del alumbrado para que se pueda disfrutar plenamente este espectáculo celestial.
Aunque el tesoro más preciado del Alentejo son sus vinos. Las primeras vides en la zona las plantaron los romanos, se han encontrado lagares que lo demuestran, o vestigios, como las ruinas de São Cucufate, pero se estima que los fenicios ya cultivaban viñas en la región desde hace 3000 años. Las condiciones climatológicas en esta zona son muy benévolas y, por tanto, los vinos salen suaves, armoniosos y agradables al paladar.
200 km de playas y más de 300 días de sol
Aunque por estas tierras pasaron fenicios, romanos, judíos y visigodos, el nombre del Algarve es de origen árabe, significa lo que está en la parte occidental del Al-Andalus, el territorio musulmán del sur de la Península Ibérica. Es la zona más visitada de Portugal. Su litoral es de una calidad inmensa, tiene 200 kilómetros de playas de todo tipo y temperaturas muy cálidas casi todo el año, lo que permite las vacaciones en la playa, practicando deportes acuáticos o haciendo excursiones para ver animales como delfines o ballenas. La mayoría de las playas son de calidad reconocida y cuentan con Bandera Azul europea.
Además de la oferta playera, merece la pena descubrir las zonas de baño en las rías, islotes y marismas. En algunas, como en las de Olhão, la persona más cercana puede estar a cientos de metros. Además, el río Guadiana se puede navegar por rutas fluviales que fueron muy populares en el comercio de hace cientos de años.
La capital del Algarve es Faro y también el primer destino de todo aquel que llegue a la región en avión. Su barrio de Riberinho está en el centro histórico de la ciudad y está plagado de palacios e iglesias, no en vano, esta ciudad era una de las más importantes del sur de Europa. En las dunas de la Ría de Formosa, las playas miden kilómetros. Es un verdadero paraíso al que solo se puede llegar en barcas. Las única edificaciones que hay al lado de las playas son las viejas casitas de los pescadores.
En Albufeira, el atractivo también pasa por su dinámica vida nocturna, aunque las playas siguen siendo magníficas. Playa Galé-Arenal se encuentra al lado de espectaculares acantilados, como las rocas de las playas Evaristo Sao Rafael o Arrifes. En estas aguas es muy popular la práctica de deportes como windsurf, esquí acuático o buceo. También abunda la oferta de campos de golf, que tienen hoyos que están justo al lado del mar. No pocas revistas del ramo han considerado el Algarve como el mejor destino del mundo para jugar al golf.
En Silves encontrarás una mezcla de culturas legendaria. La ciudad se alza sobre el trazado árabe, hay una judería con sinagoga y está el castillo más grande de todo el Algarve, con once torres, de construcción musulmana. En el interior, son muy fotogénicas las casas blancas de las aldeas con sus puertas azules.
En Lagoa hay que hacer cata de vinos. Los más populares son los vinos blancos, aromáticos y agradables, pero también tienen vinos secos y dulces típicos para aperitivos o postres. En el cercano puerto de Ferragudo no se puede estar más en contacto con la historia, aquí fue donde los romanos instalaban tanques para salar el pescado, una costumbre que ha permanecido hasta hoy en las recetas portuguesas.
En el Algarve está todo, nada menos. Mar, ríos, huerta y montaña. Una variedad que donde primero se nota es en la cocina. Los platos de pescado fresco se intercalan con el marisco, seguidos de platos de caza, como conejo, con legumbres de la zona, para rematar con exquisitos postres elaborados con miel.
Portugal El mejor destino de Europa